De “hacer cosas para los demás” a “vivir la vida como misión”

Un artículo deLola Arrieta, publicado en Frontera Hegian nº 56

1-Entender y vivir la vida como misión

Misión en Yaounde, Camerún

Se trata de vivir la “vida como misión”. Mucho más que de “hacer cosas por otros”. Entender la vida como misión y vivirla así es una actitud absolutamente teologal. Vivir la ‘vida como misión’ es una actitud de vida. Pero cuántas confusiones entre misión y tareas e incluso cuántas discusiones en el discernimiento mismo de actividades que son o no misión. Por eso este itinerario es importante e incluye un continuo discernimiento.

La vida vivida como vocación/misión y hecha la opción fundamental, a partir del encuentro fundante con Jesús, el Mesías y Siervo, requiere ser concretada en un determinado estilo de vida y vocación eclesial. La vocación impregna toda la vida de la persona. Así cobra sentido el proyecto. Tiene su fundamento en el mismo Jesús que se ofrece –en su persona, en sus obras y en sus palabras– como un proyecto de liberación.

Ser adulto se define, entre otras cosas, por la capacidad de trabajar

Cuando hacemos cosas por otros nos queda la sensación de potencia y fecundidad personal. ¡Qué bien nos sentimos entonces! Nos animamos muchísimo; tanto más, cuanto mejor acogido es aquello que hacemos. ¡Qué contentos volvían los discípulos de sus primeras prácticas y cómo les gustaba contar a Jesús: “hasta los demonios se nos sometían en tu nombre” (Lc 10,17).

¡Qué bien sientan en la formación los primeros años de trabajo en el que verificamos la propia potencia y fecundidad!: una tarea clara, un espacio concreto que ocupar, unos esfuerzos con sus frutos correspondientes. En el trabajo y el amor ponemos humanamente el horizonte de realización. Esto es importante y no podemos descuidarlo en la formación. Lo peor es si el modo de enfocar el trabajo se deforma; entonces es cuando aparecen los problemas. Perseguido el “trabajo por el trabajo” es fácil engañarse. Si la satisfacción se mantiene en alza, la cosa funciona. Pero si la insatisfacción se adueña de nosotros, podemos continuar trabajando, sí, pero bajará el interés por lo que hacemos, trabajaremos sin demasiado cuidado, nos veremos presionados a cambiar frecuentemente de tareas por cansancio o conflictos y seremos un “dolor de cabeza” permanente para los que están a nuestro alrededor.

Misión en Japón. Religiosas Misioneras de Santo Domingo

La cuestión de la misión, concretizada en el trabajo y tareas diversas, requiera un enfoque específico en un seguimiento radical de Jesús. Hay trampas básicas en la dinámica de la misión entendida como “hacer cosas por otros que pueden restar visibilidad en el horizonte.

Cuando el yo pisa relativamente fuerte, nos creemos dueños del mundo. Si por el contrario lo experimentamos débil, nos declaramos en retirada. La inhibición surge por miedo a no ser capaces, a quedar mal o no cumplir las expectativas de los otros, y lo peor es si abandonamos por frustración. También puede ocurrir que hayamos tasado lo que somos por el valor de lo que hacemos. Entonces comienza la locura, cada tarea a realizar se descubre como un reto, un verdadero ‘examen final’ en el que nos jugamos la convalidación de la propia valía. ¡Qué trabajoso, Dios mío!

¡Cuantos conflictos en personas y comunidades por la cuestión del trabajo! La ‘servicialidad’ es un valor en alza, por lo mismo la ‘vagancia’ es fuertemente penalizada. Igualmente escuchamos quejas del exceso de actividad, de las dificultades para jubilarse, de la tendencia a aferrarnos a lo que hacemos, de las luchas de poder por ocupar unos u otros trabajos, de las resistencias por dejar unos trabajos y coger otros. Todo ello deja de manifiesto que nuestras motivaciones no andan claras.

¡Qué importante es contar con gente con quienes clarificar todas estas cosas! Así hicieron también los discípulos cuando comenzaron a tener las primeras dificultades en las tareas de misión, lo hablaban con Jesús. “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Esta clase de demonios no puede ser expulsados sino con la oración” (Mc 9, 28-29).

Mientras hay fuerza y vitalidad hay capacidad de desplegar trabajo. Pero sin olvidar la pequeña referencia que ya habían aprendido los discípulos. Se nos invita a realizar el trabajo como misión, y sólo puede ser realizado así si lo hacemos “en su nombre”, no desde la propia iniciativa. Una motivación auténticamente de valor (motivación secundaria, llamaremos a continuación. Por eso conviene aclarar qué es eso de las motivaciones).

Es importante lo que hacemos, pero más aún “lo que nos mueve en eso que hacemos”

Que siempre nos mueve algo en lo que hacemos, es indiscutible. ¡Que los motivos que nos mueven evidencian nuestro proyecto de vida práctico, cuesta mucho más admitirlo! ¡Qué bochorno cuando nos sorprendemos descubiertos por nuestras motivaciones menos presentables! Por eso tantas veces nos ceñimos a expresar las que nos resultan más positivas y aparentes para que la propia intimidad no se sienta muy amenazada.

Jovenes Dominicos Portugal. Voluntariado Teresa de Saldanha

Recordemos el bajón que le cogió al joven rico cuando Jesús le desenmascaró que su proyecto era ser bueno, ser el más de todos, presumir ante los demás de su capacidad de conseguir lo que se proponía. Y Jesús no lo hizo con intención de ridiculizarlo, simplemente porque le dijo: ‘Está bien que seas cumplidor, pero te falta una cosa: ¡Despójate, mejor, déjate despojar, comparte, ese es el camino para lo que dices pretender!’. Nos hemos quedado siempre con la idea de que se fue muy triste, pero a mí me llama la atención lo que dice Marcos en su Evangelio, dice que “frunció el ceño” (Mc 10, 22), es decir, cogió un cabreo impresionante porque poseía muchos bienes y no estaba dispuesto así como así a dejarlo. Iba de cumplidor, esos eran los motivos de los que presumía, pero verdaderamente iba de “acumulador”.

Recuerdo la experiencia de un hombre de 38 años, vocación tardía en una congregación religiosa, que vivió todos los primeros años con una actitud muy “adaptada” y así lo reconocían de él sus formadores. El conflicto se le presentó porque era dueño de una casa y tenía que renunciar a ella antes de hacer los votos perpetuos. Su inseguridad y temor a no permanecer de por vida en la congregación y encontrarse sin nada a la salida, le hizo abandonar el camino. Sus motivaciones se orientaban en direcciones contrarias y se encontró con un conflicto de intereses. Visto en aprieto, optó por lo que le producía más seguridad.

La motivación se identifica cuando a cualquier actividad que realice le hago la doble pregunta: ¿Por qué hago lo que hago, qué me anima a hacerlo? ¿Qué busco en esto que hago? Al buscar lo que nos mueve en lo que hacemos casi siempre descubrimos una meta más allá de la tarea misma. No siempre acertamos al intentar darles nombre. Muchas veces confundimos la motivación con el disfraz del que se ha ataviado (motivos aparentes). Y es que al inconsciente le gusta mucho guardar sus secretos.

Misión en Guatemala. Misioneras Dominicas del Rosario. Belén Rodríguez, voluntaria

Es entonces cuando las emociones nos desenmascaran. Cuando algo no sale como lo tenemos pensado, ¡qué desasosiego interno! Se nos puede decir desde el exterior, ‘estate tranquilo’,’no es para tanto’; la reacción no se hará esperar: “¡es muy fácil decirlo, pero cómo se ve que no te ha ocurrido a ti!”.

Recuerdo una mujer bióloga, trabajadora de una empresa, que cambió de trabajo y se dedicó a trabajar con muchachos desfavorecidos como expresión de su compromiso cristiano. A los dos años volvió a su empresa, con sensación de fracaso. Así expresaba sus motivos: “No sabía yo que estos chicos eran tan desagradecidos, voy con toda mi buena intención a dedicarme a ellos, incluso perdiendo con ello y no prestan nada de atención. Yo seguiría, pero me he convencido de que con estos chicos es imposible hacer nada. Está claro que Dios no quiere esto mí”. Pero se la notaba enfadada y molesta al hablar de los muchachos y muy deprimida por lo vivido. Repetía a menudo “¡La felicidad nunca es completa!”.

Esta mujer vivía muchas insatisfacciones en su trabajo en la empresa y necesitaba sentirse bien. También tenía una inquietud por vivir más a fondo su fe cristiana y concretarlo en compromisos a favor de los demás. Incluso más, tenía una hipoteca de un piso y el sueldo de la docencia era un tercio y inferior a lo que cobraba en la empresa.

En este caso vemos con mucha claridad que a la mujer no le mueve una sola motivación, sino varias (tres), así pasa la mayoría de las veces en nuestro actuar. Y algo más, porque las motivaciones no empujar todas con la misma intensidad, ni se orientan en la misma dirección. Existen las motivaciones primarias (asociadas a la necesidad perentoria de satisfacer necesidades básicas); en el caso de la mujer, “sentirse bien”. Esta motivación, la empujó a dejar primero la empresa y luego la docencia para volver a la empresa.

Pero también existen motivaciones secundarias (asociadas a los valores, objetivos acordes con lo que deseamos vivir en el proyecto): en el caso de la mujer, el deseo de hacer más vivo y concreto su compromiso cristiano la movió a cambiar de trabajo, sabiendo incluso que en la docencia ganaba menos. Su motivación es auténticamente sincera, porque la lleva a tomar decisiones comprometidas, e incluso después de esta experiencia anhela seguir buscando qué hacer en línea de compromiso.

Y existen al fin motivaciones mixtas. Es decir, se trata de la convivencia de ambas, como en el ejemplo que arrastramos. Las motivaciones secundarias (verbalizadas con la palabra y ratificadas con la conducta) son más fáciles de discernir que las primarias. Y sobre todo más digeribles, porque no queda amenazada nuestra afectividad. De ahí la importancia de conocerse y abrirse en verdad, para no quedar prisioneros de ellas. ¡Cuánto ayuda en esos momentos contar con alguien en la vida que nos ayude a hacer verdad en nosotros mismos! ¡Es una suerte impresionante!

Por los ejemplos puestos podemos sospechar que esto de las motivaciones es muy complicado, y que difícilmente llegamos a poder movernos por motivaciones secundarias de valor. Pero no, no queremos negar la autonomía que pueden llegar a tener las motivaciones secundarias respecto a las primarias. Son autónomas e interdependientes a la vez. Lo más importante es poder identificarlas. Allport dice: “Nuestras motivaciones son autónomas, (por lo menos relativamente). Una gran parte de nuestra vida es vivida a base de esquemas de valores y propósitos maduros y conscientes, no solamente como una defensa contra fuerzas primitivas. A una persona que ha llegado a ese grado de desarrollo aplica Fromm la denominación de personalidad productiva”.

Creo sinceramente desde la práctica, que en el tema de las motivaciones hay que andar con cuidado. Una vez más aludimos a la dinámica de proceso. Las motivaciones primarias y secundarias, crecen juntas, como el trigo y la cizaña. Lo importante es identificar ambas y prestar atención para que unas no sofoquen a las otras, y en su tiempo cada una se coloque en su sitio. Jesús propuso un criterio: no pretendáis arrancar la cizaña que podéis acabar también con el trigo. La psicología del crecimiento una como criterio: clarificar, distinguir y gestionarlas adecuadamente; no reprimirlas.

La necesidad de sentirnos bien en lo que hacemos, la necesidad de ganar, el deseo de ser felices, son humanos, legítimos y sanos. No podemos rechazarlos de raíz; cuanto más lo hagamos, más pretenderán imponerse como motivaciones últimas. Lo importante será cultivar también motivaciones de valor y no perder de vista que la motivación principal no puede fundamentarse en estas cosas sino en la llamada de Jesús al seguimiento. Redituadas todas las motivaciones en torno “a la perla de gran valor” (cf. Mt. 13,46), cada una ocupará su sitio, podremos vivir con salud, hacer el bien y ser felices, porque ponemos lo mejor de nosotros mismos al servicio del Reino.

Entonces el “hacer cosas por otros” lo reconoceremos como importante, es lo mismo que hizo Jesús y lo ratificó con su palabra: “mi Padre no cesa nunca de trabajar, por eso yo trabajo también en todo tiempo” (Jn 5, 17). Pero no se refería con ello a un tipo de trabajo desasosegante que no dejara tiempo para más, sino a un tipo de hacer que estaba en el corazón de su modo de entender “la vida como misión”. Vivir la vida como misión no reconoce el activismo, pero sí la incondicionalidad de la entrega lúcida.

2-Lo realmente importante para nosotros es descubrir ‘la vida como misión’

Así la vivió Jesús. La vida entera entregada al anuncio de la Buena Noticia. El consiguió una buena jerarquización de sus motivaciones. No muchas, una central y centrada, organizando la constelación configurada de todas las demás. “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 54).

Una anécdota muy conocida de Chesterton explica lo mismo de otra manera: Cuentan que un grupo de hombres trabajaban en una construcción. A uno le preguntaron: “¿qué haces?” y respondió: “pintar una pared”; otro contestó: “estoy uniendo estas piedras con argamasa”. Otro que se ocupaba de la madera respondió: “estoy tallando estas vigas para hacer un artesonado”. Otro al fin, que trabajaba en colorear vidrios contestó: “estoy construyendo una catedral”. La visión de la globalidad reditúa cada tarea en su lugar.

Cuando llegamos a entender la vida como misión, la existencia toda queda involucrada en cada cosa que hacemos. Porque la vida en misión es vivir volcados en el anuncio de la Buena Noticia de Jesús que “ha venido a traer vida y vida abundante para todos” (cf. Jn 10,10) de parte de nuestro Dios.

La vida en misión se descubre caminando detrás de Jesús, familiarizándonos con su pedagogía, sus métodos, aunque tardemos tiempo en aprender. En esta tarea todos en algún momento experimentamos la torpeza, quizá para que quede de manifiesto que seguimos a Jesús por acción del Espíritu. Se trata de gustar la pobreza como bienaventuranza, la itinerancia como actitud, la anchura del corazón para amar a todos en libertad.

Descubrir la vida como misión es una apuesta a fondo perdido, a veces nos cansamos, es verdad, pero sabemos que la ‘suerte está echada’. Acoger la vida como misión nos libra de la tentación de “volver la vista atrás” (cf. Lc 9, 62).

Misión en Paraguay. Bañado de Tacumbú. Miriam Simón, voluntaria

La vida en misión se purifica cuando nos toca vivir algo no elegido y aparecen los reversos del bienestar, de la tranquilidad, de la ingenua felicidad entendida como ausencia de dificultades y conflictos. En esos momentos todo se ahonda: la comprensión de la vida según la lógica del Evangelio, la propia madurez. Se empieza a intuir lo que puede ser eso de “aventurarse bien” como camino de felicidad. Permanecer activamente en estas etapas empuja a la fidelidad creativa. La confianza en Dios nos protege de nosotros mismos y de las fuerzas del mal.

Descubrir la vida como misión es llegar a entender que en el plan de Dios hay un lugar en el mundo, único e insustituible para mí. Ocupar ese lugar y llevarlo a cumplimiento es oportunidad de realización. A eso es a lo que llamamos la vocación personal. A veces parece que Dios tiene más interés en que lo descubramos que nosotros mismos, porque El nos ha pensado con amor desde siempre y continuamente nos hace “guiños” para ver si nos damos cuenta. Me gusta mucho cómo lo expresa Tillich, con su tono profundo y existencial: “Porque Aquel que nos ha llamado, aquel que ve nuestros movimientos cotidianos, contempla el conjunto de nuestra vida. Y en ese conjunto descubrimos un lugar ineludible y asignado de la mayor importancia. Tanto individual como colectivamente tenemos un destino último.

Así escribe Ignacio, con sus 44 años al pedirle que plasme por escrito su situación vital de esta etapa de su vida: “Pues bien, después de pasarme tiempo y tiempo atormentado porque tenía muchas dificultades tanto en la comunidad como en las tareas de misión, y no sabía muy bien lo que tenía que hacer, hasta me entraban ganas de abandonar pensando que me había equivocado de camino. En los días de oración del verano me vino la luz. Se nos había propuesto rezar con Is 43. ‘Así dice el Señor, el que te creó, el que te formó (…). Te he llamado por tu nombre, eres mío (…), no temas que yo te he rescatado (…) Yo os anuncié, os salvé y lo proclamé, vosotros sois mis testigos (…). No recordéis las cosas pasadas, mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está botando, ¿no lo notáis?…’”.

En aquel momento sentí una extraña percepción. Percibí mi más verdadero e íntimo yo, me sentía “singular” ante Dios, “llamado por mi nombre, querido, elegido, llevado de su mano”. Y caí en la cuenta de que lo que me pasaba es que estaba vacilando ante las dificultades que se me presentaban; pero que mi sitio era ése, y no otro. Una extraña paz, que me da hasta un poco de rubor escribirlo, me sobrecogió. Por un momento me pasó por la mente como en una película todo lo que estaba viviendo, las cosas y personas que aparecían eran las de siempre, pero yo tenía un aspecto distinto, como más joven, más alegre, menos abrumado y vacilante. Me quedé envuelto en esa experiencia por un rato agradeciendo, adorando, acogiendo. Del verano para acá (casi ha pasado un año) son muchas las cosas que me he replanteado, pero ahora tengo la sensación de que estoy haciendo lo que tengo que hacer, mejor, lo que Dios quiere para mí. Mi gente me lo confirma, las circunstancias también; y digo yo, si en algo tengo que cambiar ya se me dará a entender”.

Descubrir la vida como vocación y concretar la vocación personal recibida es el secreto de la integración. Todas las motivaciones se recolocan. Descubrirla y acogerla, como Jesús. Y es que la vocación personal de Jesús se le dio a entender con una sola palabra: “Abba”. Una palabra que compendia toda su vida y misión: Porque “Yo os aseguro que el Hijo no hace nada por su cuenta; él hace únicamente lo que ve hacer al Padre: lo que hace el Padre, eso hace también el Hijo. Pues el Padre ama al Hijo y le manifiesta todas sus obras” (Jn 5, 19-20).

3-Entender ‘la vida como vocación y misión’ se concreta en la actitud de hij@s y herman@s

La misión la recibimos del Padre como vocación, la entrega el Resucitado en el encuentro con El y se vive con la fuerza de su Espíritu. Y ¡cuánto tardamos en enterarnos de ello! Que no es cosa nuestra, que es el Espíritu en nosotros. Pero no tardaron menos los discípulos de Jesús. Ellos, que habían sido llamados, que vivieron muchas aventuras a su lado, que fueron capaces de expulsar demonios, de celebrar con El los banquetes, estuvieron a punto de acabar con el seguimiento por el escándalo de la cruz.

Misión en Nigeria

Menos mal que el Resucitado los aglutinó de nuevo, saliendo a su encuentro por los caminos, para reiterarles la llamada, reunirlos en comunidad y enviarlos de nuevo a Galilea, para continuar su misión. Les recordó igualmente que para todo ello recibirían el Espíritu, será ese Espíritu el que lo realice en sus personas.

Es Juan, en su Evangelio, el que nos lo cuenta: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…” (Jn 20, 21-22). El Resucitado nos llama a vivir en misión como El y con su estilo. En relación con esta misión se juega la obediencia y la lucha de cada día; la entrega y la resistencia en los momentos difíciles, todo se hace posible si nos sentimos ‘incluidos’ en la misión de Jesús. Así recorremos el itinerario, “el camino eclesial de la fe en la historia, ese santo ‘entrevero’ entre Dios y la humanidad llamada a la vida de fe”.

La práctica de la misión se concreta en un modo de vivir la relación. Vivir ‘ejerciendo de hij@s, vivir ejerciendo de herman@s. Existe una relación muy estrecha entre el modo de entender las relaciones en estas claves de salvación.

Ejerciendo de hij@s confesamos a nuestro Dios como Padre y Madre. Y al confesar a Dios con los labios y el corazón como Padre, lo reconocemos como fuente de amor de quien procede toda la vida y toda vida. Al llamar a Dios Padre, con los mil nombres y facetas que cada día se nos descubren, estamos expresando la suma total de todas las cosas buenas creadas. Al llamarlo Padre y Madre, lo reconocemos como Dios de ternura y misericordia entrañable. Por eso podemos contemplar imbuidos de su presencia todos los momentos de la vida y de nuestra vida.

“Cuando nombramos plenamente a Dios, toda la vida se convierte en un ejercicio de contemplación. Y qué mejor manera de nombrarlo que sirviéndonos de las mismas palabras que nos enseñó Jesús: “Padre nuestro, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad. Danos hoy el pan de cada día, perdona nuestras ofensas, enséñanos a perdonar. No nos dejes caer en la tentación. Líbranos del mal. Amen (Mt. 6, 9-13).Todo un `proyecto de vida.

Cuando nos atrevemos a decirle a Dios: ¡Padre, Madre!, estamos confesando que “Dios es mi fuerza, mi creador y procreador de todos nosotros. Que Dios desde siempre nbos conocía, nos deseaba, pensaba en nosotros; se preocupaba de nosotros y Dios cuidaría y cuidará de nosotros para siempre”. Esta confesión no se hace en un día, se aprende en el camino. Unas veces contemplándolo directamente a El o contemplando en su presencia los acontecimientos que cada día suceden y vivimos. Otras, se aprende ejerciendo de herman@s el regalo de encontrar a otros hombres y mujeres que también ejercen de herman@s con nosotros mismos.

Ejercer de hij@s, ejercer de herman@s. Por medio de la relación en estas claves nos abrimos a un modo de entender la comunidad humana y cristiana. Un modo más allá de las concepciones jerarquizadas, una manera de relación que no nos permite considerar al ‘diferente’ como superior o inferior a nosotros mismos, sino simplemente como herman@, es decir, de la familia.

Así podemos apasionarnos todos, varones y mujeres, cercanos y lejanos, en asumir la responsabilidad de convertir esta tierra en casa común, una casa de todos y todas. Soñar con un mundo en el que la justicia y la paz, la belleza y el respeto por lo diferente sean capaces de reestructurar las fuerzas de equilibrio de la vida.

¿No resultarían mucho más habitables y testimoniales nuestras comunidades si nos aplicáramos en ejercer en la vida cotidiana de hij@s y de herman@? Lo mejor de todo es que hay señales que nos dicen que la cosa va por ahí. Hay hermanos y hermanas que nos dan testimonio muy sencillo de un modo alternativo de vivir.

Comunidades que:

  • Se relacionan con Dios con tanta confianza que se atreven a llamarlo ¡Abba, Padre! Y lo hacen cada uno por separado y todos juntos cuando se reúnen para celebrar la vida (Rom 8, 15).
  • Se relacionan entre ellos en auténtica clave de igualdad, ninguno trata de imponerse sobre los otros, se reparten las tareas, rotan por ellas, se toman en serio construir cada día la comunidad y se reúnen en torno a Jesús para escuchar su Palabra y buscar juntos la voluntad del Padre. ¿Será que han entendido aquello que dijo Jesús? “No llaméis a nadie Padre, ni maestro, porque uno sólo es vuestro Padre. Todos vosotros sois hermanos” (Mt. 20, 25-28)
  • Tratan de mantenerse lúcidos frente a todo tipo de presiones: personales, comunitarias, institucionales, sociales. Se toman en serio hacer camino de libertad. Porque sintonizan con aquello que dijo Pablo: Para ser libres nos liberó Cristo, de modo que manteneos firmes y no os dejéis poner otra vez el yugo de la esclavitud” (Gal. 5,1)
  • Se organizan de tal manera que comparten sus bienes. Un valor fundamental de su proyecto comunitario es el compartir frente al tener. No quieren que el dinero sea por más tiempo su ‘señor’” (cf. Mt. 6,24)
  • Intentan permanecer en el amor en las alegrías y en las dificultades… Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros (Jn 13,34) hasta dar la vida por los demás” (Jn. 15, 13).

PARA REFLEXIONAR PERSONALMENTE Y COMPARTIR

Cuando hacemos cosas por otros, nos queda la sensación de potencia y fecundidad. Recuerda ocasiones en las que después de un trabajo agotador te sentías dueña del mundo

1. El leer el comentario del joven rico y confróntate con él. ¿Qué motivaciones primarias descubres en ti? ¿Qué otras motivaciones secundarias? ¿Cómo han convivido o conviven ambas a lo largo del tiempo, en tu vida? Descríbelo

2. ¿Hay algún momento especial en el que recuerdes haber descubierto “tu vida como misión”? ¿Identificas uno sólo? ¿Varios? ¿Qué matiz distinto encuentras en cada momento? Nómbralos

3. ¿Cómo definirías con tus palabras tu vocación personal en este itinerario vital? ¿Cuándo has podido formularla por primera vez? Déjate resonar ante los sentimientos que se te generan.

4. ¿En qué situaciones cotidianas en la actualidad te descubres ejerciendo de hija? ¿Y ejerciendo de hermana? Anótalas. ¿Cómo recibes a los demás en este mismo ejercicio? Anótalo.

Si te es posible y quiere, comparte las respuestas a estas preguntas en comunidad

Nota: te puedes ayudar con estas cuestiones para reflexionar y compartir, pero ten en cuenta que no se trata de hacer el cuestionario como si fuera un examen. Lo importante es la reflexión que seamos capaces de sacar de el.