Pier Giorgio Frassati nace en Turín, Italia, el 6 de abril de 1901. Hijo mayor de una familia acomodada, su padre, Alfredo Frassati, fue senador, embajador y director del importante periódico turinés La Stampa. Su madre Adelaide Ametis era pintora y fue quien transmitiera la fe a Pier Giorgio y su hermana menor, Luciana, en medio de una educación estricta y rigurosa.
Aún proviniendo de una clase social alta, Pier Giorgio nunca se acomodó al estilo de vida burgués y desde niño mostró un particular interés por los pobres. Siempre que veía en otro una necesidad, la atendía sin demora donando sus pertenencias o el dinero que la familia le daba para sus gastos. De una profunda devoción a la Eucaristía, recibía diariamente la Comunión, para luego dedicarse a devolver este Amor recibido, amando a Jesús en los pobres.
Apasionado por la justicia, decide estudiar Ingeniería en Minería, para poder estar cerca de la clase más desfavorecida de la época, los mineros. Formó parte de diversas asociaciones católicas como la Sociedad de San Vicente de Paul, la Acción Católica y la Tercera Orden Dominicana, en las que encontraba oportunidades de vivir su fe con coherencia y compromiso.
Siempre alegre y lleno de energía, disfrutaba los deportes y de manera especial amaba la montaña. Cada subida era para él una ocasión de admirar la grandeza del Creador. Compartía con sus amigos frecuentes excursiones, además de una sólida y alegre relación de amistad basada en compartir la fe y la oración.
El 4 de julio de 1925, a los 24 años, muere a causa de una poliomielitis. Una multitud de pobres asisten al funeral de este joven de alta clase, revelando cómo había vivido su corta y fructífera vida: en favor de los demás. Definiéndolo como “el joven de las ocho Bienaventuranzas”, el Papa Juan Pablo II lo beatifica en 1990.
Oración al Beato Pier Giorgio Frassati
Oh, Padre, tú has dado
al joven Pier Giorgio Frassati la dicha de encontrar a Cristo
y de vivir con coherencia su fe
al servicio de los pobres y enfermos;
por su intercesión haz que también nosotros subamos, como él,
por los senderos de las bienaventuranzas evangélicas
y que imitemos su generosidad,
para difundir en la sociedad el espíritu del Evangelio.
Por Cristo, nuestro Señor. Amén